lunes, 16 de enero de 2012

Elogio a la gordura

Otro de esos textos con rabia de mi colaboración en Señales de Humo

Con las hormonas todavía revueltas por el imperativo de la primavera, comenzamos a percibir unos tempranos rayos de sol, un dulce cantar de pájaros, el alboroto de las terrazas de los bares... ¡Huele a verano! Agradable época del año en la que apetece estar en la calle, pasándolo bien con lxs amigxs, comiendo helados... y soñando con la playa, que bien lejos queda del puto centro de la península. Ante la ausencia de mar y arena en nuestras vidas, somos nosotrxs quienes nos convertimos en el sonido de las olas, en el bullicio de los chiringuitos, en las carcajadas de los niños mientras construyen castillos de arena con inquebrantables muros que protejan de la subida de la marea...
Y entre la luz y el color de lo que el buen tiempo evoca en nuestras mentes, surje la tempestad de LA OPERACIÓN BIKINI. Y es que ya no somos niñxs deseosxs de “hacer el muerto” y dejarse llevar por las olas. Ahora somos entes que esperan ansiosxs conocer el resultado de la competición que supone el día a día. Saber quién es el/la más listx, más guapx, más graciosx, más solidarix... MÁS TODO. La sociedad de consumo ha incrustado en nuestras mentes un esquema de comportamiento en el que lo único que importa es “yo”, “yo” y otra vez “yo”. Para ello es necesario elaborar un autoconcepto positivo basado en el menosprecio a los demás, especialmente hacia aquellas personas que no cumplen los requisitos necesarios para “tener éxito en la vida”: dinero, abundantes relaciones sociales, un buen físico y un empleo socialmente bien valorado.
Así, ante la perspectiva de mostrar nuestras debilidades, nos embarcamos en una lucha contra aquello que nos es propio: los michelines. Especialmente las mujeres, comenzamos a contar calorías y a gastarnos dinero en productos milagrosos que modifiquen nuestra silueta. Comenzamos a hacer desfiles de moda en los pasillos de nuestras casas para comprobar que todavía cabemos en los trapitos del año pasado. Salimos a la calle y... gastamos, gastamos, gastamos, gastamos, gastamos, gastamos. Nuestras mentes se ven invadidas por todos esos anuncios de la tele en que se nos incita a dejar de ser nosotrxs mismxs y a preocuparnos muchísimo más por el envoltorio que nos presenta a la sociedad. Por nuestro cabello, que debe ondear al viento sueve y brillante; por nuestros ojos, que deben de estar libres de toda mancha que les impida brillar en sus intentos de seducción; por nuestra dentadura, que debe resplandecer bajo el sol de agosto; por nuestro vello, que debe desaparecer de inmediato para no perder puntos en la competición del culto al cuerpo; por nuestra piel, que más que en ninguna otra época del año, sufrirá las consecuencias del clima al verse expuesta al sol con el fin de tostarse para parecer más suculenta a los ojos de lxs comensales; por nuestro cuerpo, que debe ser delgado, tonificado y sencillamente perfecto.
Anorexia, bulimia, vigorexia...: “enfermedades” generadas por estas dinámicas que para nada tienen en cuenta el bienestar del sujeto de consumo al que se dirigen. Madres preocupadas por sus hijxs que cada día amanecen más delgadxs, mientras alimentan esa situación con la hipocresía de quien se pone a dieta mientras mantiene el discurso de “cariño, tienes que aceptarte tal como eres”. Niñxs que se burlan de sus compañerxs gorditxs sin ningún tipo de argumentación. Diseñadorxs y modistxs que se niegan a pensar en tallas más grandes. HAMBRE... de quien no quiere engordar por verse más guapx... y de quien no tiene nada para comer. Países pobres en dinero, deseando ser países pobres en felicidad.
La publicidad es el arma del diablo y, para conseguirlo, éste compra las almas de los publicistas, que pierden los pocos valores que puedan tener al simplificar tanto al ser humanx en sus “creaciones artísticas”. Ser humanx convertidx en recipiente vacío, carente de un contenido que lo dignifique. Ser humanx decadente en su discurso, que poco a poco se va entregando a las garras del consumo feroz que lx deshumanizará, le hará perder su individualidad y lx convertirá en un/a borreguillx carente de voluntad. Máquinas que alimentan los Estados capitalistas cimentados sobre el consumo potenciado por las más grandes empresas del mundo... nada más que eso. Y mientras... ¿cuántos kilos te faltan por perder para poder lucir palmito sin pasar vergüenza?

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